domingo, 10 de mayo de 2009

Mi respiración cubre de vaho el cristal de una ventana, que mira a un patio gris, de un edificio gris, en una ciudad cualquiera.

Pierdo la mirada (y la consciencia)
En los sabios desconchones de las paredes sucias.

Ellos si que saben.

Conocen la vida y tal vez la muerte
De los seres que pueblan estos pagos.
Conocen su risa, su llanto, su dolor
y su amor.
En la noche helada y en la clara mañana.

Vuelvo a encontrar a mi yo,
Que vagaba por los tejados infinitos
De esta ciudad que me supera,
Sintiendo vértigo de la anónima
inmensidad que me rodea.

Y como antaño hicieran los gatos
(ya no hay gatos en la ciudad)
lamo mi piel herida contemplando
los cielos a mis pies.

Paseo entre antenas que arañan el cielo
Y en las que quedan enganchados
Los velos de mis miedos.
Y flotando, leves como la bruma
del amanecer junto al río, allí los dejo.
Decorando para siempre los tejados
De esta urbe que ya no es mía.

Descubro una silueta tras el reflejo
vívido de una ventana;
Se mueve como lo hacen los vivos
Que ya casi están muertos.

De nuevo desaparece.

Sobre los sucios cristales, dibujo mi nombre
Pues ya casi lo he olvidado.

Y así con la leve firma sobre el vaho del frío cristal,
Me aparto de la ventana.